18 de abril de 2012

De esos que te erizan la piel.

El contacto con alguien más provoca una explosión de las endorfinas, se te activan todos los capilares y tu piel se transforma en la de una gallina. Desde el más mínimo roce cuando accidentalmente chocaron manos hasta el abrazo que definió que el momento y la persona eran indicadas.
Un abrazo y un beso logran que ambas respiraciones se sincronicen para que parezcan una sola. El resultado es un contacto parecido al infinito, donde no se tiene noción del tiempo, donde cada parte del cuerpo que se toque con el otro individuo sea como una ola de mar que te pega en el cuerpo y te deja quieto por las miles de emociones que corren por tu cuerpo.
Se produce una sensación placentera, te sentís protegida y le ordenás a tu mente que se ponga en blanco para recordar ese momento para siempre. Pero nada es perfecto, si se tiene espontaneidad, probablemente lo que menos se encuentre sea romanticismo. Si se pretende pasión, el lugar del hecho debería ser súmamente íntimo y no siempre se consigue.
Suele pasar a veces, que de un beso no te sentís dueña, que sentís que no está dedicado para vos. Esos son los mejores para dejar ir, para aclarar tu mente y encontrar a una persona que te haga sentir una ola de sensaciones dentro tuyo. No busques, las cosas buenas aparecen solas y de donde menos te las esperas. Huí del fiestero y mirá más allá de tu grupo de amigos, ese puede ser el indicado y vos todavía no lo sabés.





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